La necesidad de un nuevo Miguel de Unamuno, retrospectiva breve de su pensamiento y actividad periodística.

        Miguel de Unamuno ha pasado a la historia de la literatura y el pensamiento como uno de los intelectuales de más relevancia en la coyuntura entre los siglos XIX y XX. La heterogeneidad de su labor se extiende por todos los ámbitos escritos e incluso por géneros acuñados por él mismo para solventar las necesidades de soporte de sus inquietudes filosóficas en una colección de novelas, obras de teatro, poemas, ensayos y artículos de incalculable valor. Hombre de su tiempo, vivió entre las preocupaciones que acaecían a su sociedad mientras sumergía su mente en las más intrincadas contradicciones metafísicas influenciado por un existencialismo latente en él desde los primeros momentos. Este escrito busca dilucidar la gran labor de Unamuno como alentador de la cultura, promotor del periodismo de calidad y en suma, refrendo de conocimiento para muchos a partir del análisis de algunos de sus artículos políticos y metaperiodísticos; contexto y ontología de su pensamiento y publicaciones a lo largo de su carrera en relación con él.


El final del s. XIX supuso para la España cultural una revolución a todos los niveles; en un contexto marcado por la absoluta desidia política y la pérdida definitiva de un Imperio, la convergencia ideológica de la nueva burguesía junto con la tradición literaria nacional y el aperturismo a las lecturas procedentes de otros países supuso la paulatina incorporación de nuevos estilos y formas de pensamiento literarios y políticos que se desarrollaron desde la segunda mitad de siglo hasta los comienzos de la Guerra Civil.

Escritor, poeta, periodista y filósofo español, Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864 – Salamanca, 1936) es uno de los principales exponentes de la Generación del 98 y el intelectual español del siglo pasado por antonomasia. Estudió filosofía y letras en la Universidad de Madrid, donde se vio influenciado por la filosofía de Spencer, Hegel y Marx -entre otros- antes de doctorarse con la tesis Crítica del problema sobre el origen y la prehistoria de la raza vasca y acceder a la cátedra de lengua y literatura griega de la Universidad de Salamanca, donde  posteriormente ejerció el cargo de rector.
            Sus preocupaciones se centrarían en su sociedad contemporánea desde un punto de vista ético fundamentado desde la dialéctica hegeliana que utilizaría siempre para la contradicción, no negando la veracidad del opuesto pero sí relacionándolo insistentemente con su oposición, en una búsqueda del ser mediante el diálogo que cobra también un especial protagonismo en muchas de sus obras.
-¿Dialoga? ¿Con quién?
-Consigo mismo. Nuestra conversación interior es un diálogo y no ya sólo entre dos, sino entre muchos. La sociedad nos impone silencio y una conversación ficticia. Porque la verdadera conversación es la que sostenemos en nuestro interior. Después que usted y yo nos separemos continuaremos conversando uno con otro y yo me diré lo que debía decirle ahora y no se lo digo y me contestaré lo que usted debe contestarme y no me contesta. ¡Si usted supiera cuánto me acuerdo de las cosas que debí decirle a usted en tal o cual ocasión y no se las dije! Ya ve, pues, cómo puede uno acordarse de lo que no fue, sino que debió haber sido.
-Pero es que si no se acuerda de ello es porque de uno o de otro modo fue.
-Es usted un racionalista impenitente y formidable, y a un hombre así no se le debe recitar poesías.
            Al igual que ocurre en muchas de las obras de Kierkegaard  -a quien Unamuno apelaba como “su hermano” tras aprender danés para poder leer al filósofo en su lengua materna-, en muchas de sus exposiciones reinarán las contradicciones de las que tratará de salir por medio de la expresión literaria a la par que calmaría sus ansias de comunicación con el entorno mediante su actuación en prensa.

            En el ámbito filosófico establece un plano ontológico en el que se distinguen tres grados escalonados del ser, que se verán reflejados en su acervo narrativo: los personajes literarios de ficción: soñados o imaginados por el autor y los lectores en el acto de la lectura; el hombre como objeto del sueño de Dios, a su vez sueño del hombre; y Dios, que sueña al hombre en representación de un mundo sustancial, soporte de todo lo existente.
La conciencia se presupone entonces, siguiendo el hilo de sus influencias ideológicas, como la realidad primigenia de la experiencia empírica, a través de la cual tenemos acceso a un universo. La escolástica clásica de otros autores como Tomás de Aquino afirmaba nihil volitum quin praecognitum (nada es deseado sin antes ser conocido), pero tras Kierkegaard y las teorías relativistas de la realidad Unamuno invertirá los términos en un nuevo axioma: nihil cognitum quin praevolutim, en una concepción del hombre no como un animal racional si no anhelante, acorralado por la angustia de sus deseos y sentimientos.
En esta concepción onírica de la realidad busca plasmar la indigencia ontológica del ser humano, así como su fragilidad, del conocimiento de la cual surge una necesidad casi angustiosa de no caer en el abismo de la irrealidad.
Su concepción ética de la existencia también gira en torno a un dualismo determinista entre lo social y lo teológico, otro de los grandes temas que marcarían su obra: parte del determinismo social y el condicionamiento básico de la sociedad hacia nuestras acciones –moldeables para la adaptación a lo esperado por los agentes externos- y lo adhiere a la corriente teológica de la concepción de un destino predeterminado como en una obra de teatro para cada uno de los entes de la realidad. En esta teoría podemos observar muchas influencias de Schopenhauer, pero volverá a seguir a Kierkegaard en la resolución de la necesidad de afrontar la existencia con responsabilidad y orfandad de valores máximos más allá de la propia moral, a pesar de que esto desemboque en una angustia existencial que le posiciona como uno de los máximos exponentes de este pensamiento en España.
Ese existencialismo marcará toda su obra en torno a las preguntas sobre la realidad, el azar y la autodeterminación y las relaciones interpersonales y del yo consigo mismo y con su lugar en el mundo, aunque siempre desde el relativismo de su pensamiento, como él mismo señaló citando a Obermann:
¿Y quién eres tú? […] Para el universo, nada; para mí, todo.

Arremetió hasta la saciedad contra la dejadez del sistema y el público: Hemos de salvar a España, quiéralo o no, decía, los males de nuestro cuarto poder, el educativo junto a los poderes legislativo ejecutivo y judicial, son males del ámbito del espíritu de casta de muchos, del estado económico los más. Para él eso era el periodismo, la posibilidad de educar desde los medios no facilitando los pensamientos manidos y los entretenimientos vacíos si no mediante la reflexión y el planteamiento de preguntas para la mejora social a través de la comunicación.
El problema de la autodeterminación se ve claramente reflejado en la que probablemente sea su obra cumbre y uno de los estandartes de la literatura de nuestro país, Niebla (1914), donde, para huir de los preceptos literarios impuestos en la época creó una nueva concepción de novela a la que llamaría nivola con el objetivo de poder expresar una nueva sucesión de hechos no necesariamente ligados a la realidad objetiva y divididos en planos de pensamiento. Él mismo explica a lo largo de la novela cómo es posible simplemente dejar que ésta se construya a sí misma en un ejercicio muy similar a la posterior escritura automática de las vanguardias:
—¿Y cuál es su argumento, si se puede saber?—Mi novela no tiene argumento, o mejor dicho, será el que vaya saliendo. El argumento se hace él solo.—¿Y cómo es eso?—Pues mira, un día de estos que no sabía bien qué hacer, pero sentía ansia de hacer algo, una comezón muy íntima, un escarabajeo de la fantasía, me dije: voy a escribir una novela, pero voy a escribirla como se vive, sin saber lo que vendrá. Me senté, cogí unas cuartillas y empecé lo primero que se me ocurrió, sin saber lo que seguiría, sin plan alguno. Mis personajes se irán haciendo según obren y hablen, sobre todo según hablen; su carácter se irá formando poco a poco. Y a las veces su carácter será el de no tenerlo.—Sí, como el mío.—No sé. Ello irá saliendo. Yo me dejo llevar.—¿Y hay psicología?, ¿descripciones?—Lo que hay es diálogo; sobre todo diálogo. La cosa es que los personajes hablen, que hablen mucho, aunque no digan nada (...). El caso es que en esta novela pienso meter todo lo que se me ocurra, sea como fuere.—Pues acabará no siendo novela.—No, será... será...nivola.
En Niebla Unamuno se convierte a sí mismo en ficción en un divertimento de autores implícitos representados y no representados que juegan a dotarse de existencia en el mismo transcurso de la novela, que no deja de ser una ficción dentro de la potencial irrealidad de lo real. Una de las obras más importantes de nuestra literatura filosófica que ejemplifica a la perfección las inquietudes existenciales y literarias del autor, que, como expone Francisco Ayala, estarían presentes en toda su trayectoria como un reflejo del más íntimo pensamiento de Unamuno:
No es, pues, que Unamuno escribiera libros de filosofía y... ¡novelas! Las novelas son, en su ánimo, instrumento insuperable para comunicar su visión del mundo, dándole expresión adecuada. No cabe distinguir, por un lado, dentro de su obra, las que se llaman de pensamiento, y por el otro, obras literarias o de imaginación –novela, teatro, poesía–, montadas acaso sobre el esqueleto de aquellas especulaciones; sino que todas sus actividades arrancan por igual del centro mismo de su personalidad: no solo aquellos ensayos que más podrían considerarse filosóficos, aunque nunca ‘sistemáticos’; también sus novelas, sus versos, sus artículos de diario, sus cartas particulares; y no ya sus manifestaciones escritas, sino también las verbales, sus conversaciones, sus actos y actitudes, sus exteriorizaciones todas.
Del mismo modo que todo su ideario se puede ver reflejado en sus obras tanto literarias como poéticas, Unamuno reflejaría durante toda su vida la realidad del acontecer de su entorno a través de los más de cuatro mil artículos que llegaría a escribir para los medios más importantes de la época, desde La revista de Vizcaya hasta El Sol o Revista de Occidente durante la denominada Edad de Oro del periodismo español. Ya en sus primeros artículos –datando el más antiguo de ellos de 1879, cuando contaba tan sólo con 15 años de edad- se ve el germen de toda la cosmología unamuniana y podemos ver a través de sus escritos la evolución del autor hasta llegar a convertirse en un importante refrendo de opinión desde su posición en la génesis del intelectualismo de siglo XIX.
Esta etiqueta de intelectual, aplicada en muchas ocasiones por él mismo al tratar su pensamiento, le costó el rechazo de muchos por el vínculo del prejuicio a la clase burguesa y la falta de verdadera acción política considerándose que éstos se limitaban a la crítica desde la superioridad moral sin verdadera implicación en los problemas de la sociedad, pero también le consolidó como líder ideológico de su tiempo.

Desde las últimas décadas del agonizante siglo XIX y gracias a la relativa libertad de prensa que se había conseguido, los intelectuales se esgrimieron como guías espirituales de la vida política y críticos de su tiempo, potenciando el conocimiento de conflictos como la Gran Guerra, que tuvo un gran impacto en la sociedad española de la época debido precisamente al auge de la información de opinión. En este ámbito Miguel de Unamuno destacó por escribir desde sus más tempranos artículos sus pensamientos sin sesgo. Ya en sus primeros escritos, muchos de ellos centrados en torno al nacionalismo vasco y los debates lingüísticos e identitarios generados en torno a él, podemos ver cómo presenta sus opiniones -en ocasiones controvertidas- en un formato plenamente subjetivo, convencido de sus argumentos como sostendría posteriormente en 1924:
«Yo forjo con mi fe y contra todos, mi verdad, pero luego de así forjada ella, mi verdad se valdrá y sostendrá sola y me sobrevivirá y viviré yo de ella».
Se posicionará como apasionado de la cultura vasca y su lengua, en la que publicará en ocasiones, pero será criticado también por vaticinar la imposibilidad del bilingüismo amalgamado, y de hecho ya en su primer artículo, publicado en El Noticiero Bilbaino el 27 de diciembre 1879 declarará con respecto a varios conflictos de la época:
En tales circunstancias me sentí llamado a exhortar a mis paisanos, a mis conciudadanos, a la unión, a olvidar las diferencias entre liberales y carlistas –entonces no había más– a borrar el recuerdo del 2 de mayo de 1874, a formar todos un solo frente bajo la enseña de Euskalerría. Tampoco se conocía ese disparate lingüístico de Euzkadi, invención desatinada de Sabino. No había surgido el pseudo vascuence de alquimia.
Este pensamiento se mantendría presente en su obra periodística a lo largo de toda su vida, subrayando sus opiniones al respecto aún en 1924:
Su estilo, estoy de ello seguro, sería en su fondo, en sus huesos, el mismo de que hoy me valgo para desnudar mi pensamiento, no para revestirlo. Porque hombre que haya permanecido más fiel a sí mismo, más uno y más coherente que yo difícilmente se encontrará en las letras españolas. A esa fidelidad y coherencia, a esa unidad central, a esa espesura de caudal me han servido las que los tontos que me motejan de paradojista llaman mis contradicciones, el juego de las antítesis y antinomias de todo pensamiento vivo»
En 1894 ingresa en el Partido Socialista y comenzará a publicar artículos para la prensa obrera como la revista Lucha de clases, con la que colaborará hasta darse de baja en 1897 en desacuerdo con la ideología económica marxista y sumido en una profunda depresión.
   Durante este periodo su presencia mediática se incrementará, interesándose también por el periodismo como un tema a tratar en sí mismo en sus artículos, siempre buscando crear una influencia hacia los lectores. En 1896 publicará en La justicia el artículo La prensa y la cultura, en el que denuncia las carencias de las publicaciones de la época en el ámbito educacional:
Que la prensa hace mucho entre nosotros por la cultura nacional, es indudable, y no menos indudable que podría hacer más.
[…]
La prensa representa la cultura media, pero por lo mismo es mediana maestra de cultura, porque no da representación adecuada a las minorías y ahoga el espíritu progresivo bajo el instinto conservador. Es en el fondo misoneísta, como nuestro pueblo lo es hoy. Fomenta en literatura lo insignificante y hueramente correcto; pasa de una pseudosensatez latosa a una ligereza archisuperficial, y con frecuencia enjareta lugares comunes de tercer grado para desdeñar los de primero, combatiendo en nombre de la moda de ayer a la de anteayer y motejando de cursi con un sentido ultracursi.



Unamuno creía en la prensa como el más genuino y adecuado órgano de relación social de un pueblo, el órgano de su conciencia refleja colectiva, cuya función es sacar a la luz las riquezas subconscientes de un pueblo y ponerle a la vez en comercio con el ámbito. Y como la conciencia, que lo abarca todo, es integradora, no obstante, nunca buscó la adaptación del lenguaje a su mínima expresión ni la simplificación conceptual para una comprensión en su día mayoritaria, viendo imposible el progreso de cualquier grupo humano en la sintetización de conocimientos.
En 1899 publicó Un artículo más, donde reflexiona sobre su propia actividad como periodista e influencia:
Me siento ante las cuartillas, tomo la pluma y me digo: ¡Un artículo más! Y hay en esta exclamación algo de amargura. ¡Un artículo más! ¡Un artículo más con que ir ganándose la vida y con que mantener fresca la firma, renovándola en la memoria de los lectores!¡Un artículo más! Y no hay más remedio, entre otras razones, por lo que decía Nietzsche, porque hay ideas que nos estorban y solo echándolas al público nos libertamos de ellas.
Unamuno trata aquí otra idea recurrente en sus artículos, lo efímero de la prensa y las recopilaciones de retazos de pensamientos:
¿Reservará lo mejor de su espíritu para el libro? Valdrán menos sus artículos. ¿Dará lo mejor en éstos? Padecerá el libro.
Quien produce con regularidad artículos, rara vez alcanza aquel recogimiento [sic.] del espíritu, aquel sosiego y calma interiores para ir tramando una obra extensa. Si se le ocurre el núcleo de una novela, la reducirá a un cuento, y no se decidirá luego a ampliarlo, convirtiéndolo en novela.
Añádase que la literatura periodística y la producción de artículos sueltos, si bien ayuda a dar contradicción y viveza al estilo, nos acostumbra a fraccionar nuestras concepciones, a desligar cada punto de vista, para que por sí mismo sea comprensible, a arrancarlo del complejo orgánico del que forma parte [...] No me cabe duda de que la literatura periodística ha dado una gran inconsistencia a las ideas, a la vez que las ha enriquecido. Las ha movilizado, las ha hecho ideas-papel, a semejanza del papel-moneda, arrinconando las ideas-metal cuyo manejo es molesto y pesado. Es una ventaja, como lo es el papel-moneda, pero lo es mientras haya reservas en ideas-oro, que respondan de las ideas-papel. La prensa, en efecto, más que una productora de ideas es una circuladora de ideas, más que mina, banco. Sugiere, despierta el apetito, llama la atención, provoca el estudio. 
También defenderá un periodismo completo y no fragmentado, una información que no se quede a medias y busque llegar al fondo de las cuestiones en vez de presentar una porción simplificada de los hechos. Se sentirá cansado de la prensa de sus contemporáneos y el tratamiento sesgado de la actualidad, que para él se antojaba mucho más compleja, como expondría en repetidas ocasiones a lo largo de los años:
A medida que voy entrando en años me va hastiando más y más cada vez la prensa llamada informativa. Cada día aborrezco más las noticias y sobre todo, eso que llaman actualidad. No me convence eso de mirar un gran cuadro a un centímetro de distancia, ni eso de saber fragmentariamente y  como por grados, un desarrollo histórico.
Nuevo Mundo,  Madrid, 17 de septiembre de 1906.
Destaca la importancia que tiene para un escritor hacerlo para sí mismo, sin olvidar la perspectiva social pero siendo siempre fiel a los propios preceptos y convicciones, característica que siempre le destacó como una voz disonante pero muy escuchada:
Hay que bajar a la plaza pública y pelear por el pueblo; pero para pelear por él no es menester confundirse y perderse en sus filas, ni unir la propia voz al grito inarticulado de la muchedumbre. Se puede y se debe pelear por el pueblo, por su bien, yendo contra el pueblo mismo [...] esos escritores que pretenden bajarse hasta la plebe, en vez de esperar que ésta suba hacia ellos, no hacen sino entorpecer y alargar la obra santa de la conversión de la plebe en pueblo, obra en vía de marcha [...]. No es exacto que el pueblo no entienda, y sobre todo, que no sienta a esos escritores que parecen elevados sobre él; los siente muy bien, aunque solo sea en parte.Los escritores y el pueblo, Madrid, 1908.
Así se consagraría como reflexivo pero convencido defensor de sus opiniones aun cuando estas no se encontraban dentro del espectro de lo común. En 1904 defendió el cese del sufragio para los analfabetos, que por aquel entonces suponían poco menos del 50%, siendo muy criticado a pesar de resultar obvio que el sistema de la Transición turnista había resultado totalmente inútil en su proceso de regeneración democrática precisamente debido en gran parte al problema del caciquismo, que se aprovechaba constantemente del analfabetismo de buena parte de la población para falsear los resultados electorales.

Entre 1915 y 1924 escribirá noventa y siete artículos en España, el semanario fundado por Ortega y Gasset y manifestará su voluntad de participar activamente en política, si bien preservando su independencia y distinguiendo entre la acción política, en la que sigue confiando, y la parlamentaria, de la que desconfía:
Tengo la convicción de influir en la política –en el alto sentido de esta palabra– española más que la inmensa mayoría de los diputados y senadores, y no sé que esta mi acción se acrecentara con afiliarme a uno de los partidos de santo y seña, y meterme en aventuras electorales. No rehuiré el Parlamento si me llevan a él, pero tampoco lo buscaré. Todavía no he perdido la fe en la acción política, pero no tengo ninguna en la parlamentaria.
         Arremeterá durante esta época contra las instituciones gubernamentales, el sistema educativo, la figura de Alfonso XIII, la sociedad de naciones, la dictadura de Primo de Rivera,  y en general contra todo lo que para él suponía un obstáculo para el óptimo desarrollo de la sociedad española de la época, que aún trataba de recuperarse del cambio de siglo.

   Y si Universidad significa no enciclopedia de conocimientos, sino comunidad de maestros y escolares, entonces sí que existe menos la Universidad. Hay quien no pregunta nada a sus alumnos ni colabora con ellos sino los últimos días del curso, cuando los ha de examinar, y no sabemos de profesor que se cuide, al pasar sus alumnos de él a otro, de informarle respecto a las sendas aptitudes y cualidades de los tales alumnos. Si es que las conoce. Los claustros apenas se reúnen y es mejor que no se reúnan porque cualquier cuestión pedagógica o de doctrina docente haría bostezar a los más de los claustrales. A lo sumo se discutiría de algún asunto administrativo, no de pedagogía, sino de administración de la enseñanza, lo que es muy diferente.
Lo que es y lo que será la Universidad Española, Revista Quincenal, marzo de 1918.

En 1920 se le procesa en Valencia por supuestas injurias al rey vertidas en su artículo «Antes del diluvio» y es condenado a dieciséis años de cárcel que no llegaría a cumplir pues ya en plena dictadura de Primo de Rivera, la Dirección General de Seguridad lo destituye de su Cátedra, lo cesa como decano y vicerrector de la Universidad de Salamanca y lo destierra a Fuerteventura desde donde posteriormente se exilia a París y Hendaya, desde donde seguiría opinando contra el régimen. Como recuerda Marichal, por primera vez en la historia de España un disidente era la personalidad intelectual más respetada por la mayoría de sus compatriotas.
    Me debía a mi obra, y mi obra era otra. Mi obra era esto que estoy aquí ahora haciendo, mi obra era mi labor de crítica de todas las Españas, en todas las tierras en que se habla español, y aun fuera de ellas.
   Pero ya el alud de la historia tormentosa y torrencial me va a hacer cambiar de rumbo. Y os lo digo, mis lectores de La Nación, con tristeza, con verdadera tristeza. ¡Quién sabe si un día tendré que interrumpir esta comunicación quincenal que con vosotros mantengo desde hace ya tantos años, desde hace toda la vida de un hombre! ¡Y cuántas veces no habréis acusado de misántropo a este solitario que os transmitía sus agrios juicios! Pues venís a tenerle al misántropo perdido entre los hombres. Perdido: esta es la palabra. A sus años va a tener que cambiar de rumbo.
   Estalló la Gran Guerra en agosto de 1914 y poco después comenzó mi guerra también. A fines del mismo agosto de 1914 empecé a ser perseguido por el más alto poder público de mi patria. ¿Mi pecado? No lo sé; acaso andar erguido.La Nación, 10 de noviembre de 1920, Buenos Aires.

Tras la caída de Primo de Rivera regresa a España y se presenta como candidato independiente a las elecciones municipales que propician el advenimiento de la República, siendo nombrado días más tarde Alcalde-Presidente honorario del Ayuntamiento de Salamanca, Rector y Presidente del Consejo de Instrucción Pública. No obstante, Unamuno no sería un hombre dócil, y pronto manifestará sus desacuerdos con muchos aspectos de la política republicana como la reforma agraria, la revolución de Asturias –contra la que firmaría un manifiesto acompañado de otros grandes nombres como Valle-Inclán- o la proclamación del Estado Catalán, entre otras, como se puede leer en este fragmento de un artículo llamado Religión de Estado y religión del Estado, publicado en El Sol el 8 de septiembre de 1931:
Válganos Él, y qué deformas y fórmulaso formillas de religión de Estado están ya empezando a producirse aquí. Cierto es que el artículo 3ºdel proyecto de Constitución que se está discutiendo proclama dogmáticamente –pura teología- que “no existe religión del Estado”-suple: español-; pero no es lo mismo religión del Estado que religión de Estado. Y ésta, republicana por supuesto, empieza a sustituir con sus dogmas, sus mitos, sus ritos, su culto, su liturgia y sus supersticiones.
Ya iniciada la Guerra Civil, sus críticas al gobierno de la República motivan la exoneración de sus cargos públicos el 22 de agosto, aunque el 1 de septiembre se le confirmara en el Rectorado perpetuo que, con ocasión de su jubilación en septiembre de 1934, se le concediera en los solemnes actos presididos por Alcalá Zamora. Miguel de Unamuro moriría en 1936 tras escribir su último artículo:
Pero es que este viajar por el tiempo no es propiamente viajar, no es lo que hacen excursionistas y turistas, que van huyendo de todas partes y sobretodo, huyendo de sí mismos; este viajar por el tiempo es propiamente emigrar como emigran las golondrinas y las cigüeñas en busca de sus vidas de antaño.
[…]
“Si llego a la vejez, si un día lleno de pensamientos todavía, pero renunciando a hablar a los hombres, tengo junto a mí a un amigo para recibir mis adioses a la tierra, póngase mi silla sobre la yerba corta, y tranquilas margaritas ante mí, bajo el sol, bajo el cielo inmenso, a fin de que al dejar la vida que pasa, vuelva a encontrar algo de la ilusión infinita.”19 de julio de 1936.
Siempre se mantuvo fiel a su estilo en una labor cronista envidiable que permite conocer en profundidad los problemas sociopolíticos que acaecían en España durante los años que duró su vida.


Inigualable filósofo y novelista, su legado  periodístico no desmerece su nombre en una defensa de la calidad, la concienciación y la acción política que ejemplifican el ideal de intelectual del siglo XIX. Una figura indispensable no sólo para la literatura si no también para la teoría periodística y la historia del pensamiento.

La voz de Unamuno sonaba sin parar en los ámbitos de España desde hace un cuarto de siglo. Al cesar para siempre, temo que padezca nuestro país una era de atroz silencio.
J. Ortega y Gasset.

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