Esquizofrenia y surrealismo; el arte del subconsciente
A lo largo de la historia, la locura y las desviaciones de la norma en el arte siempre han sido motivo de exclusión social o incluso síntoma de posesión demoníaca. No obstante, con el auge de las teorías psicoanalíticas y las nuevas corrientes pictóricas a partir de finales del s. XIX comenzaron a ver la luz muchas ideas consideradas irracionales, sueños, delirios y paranoias.
La concepción de la realidad como algo relacionado con lo
material o en cualquier caso con la imaginería religiosa cambió radicalmente hacia un
interés casi obsesivo por conocer los entresijos de la mente humana y
experimentar las alternativas que ofrece el subconsciente. Las pinturas
realizadas por enfermos mentales comenzaron a adquirir importancia en los
círculos artísticos y poco a poco se convirtieron en toda una referencia para
las vanguardias en la búsqueda de una representación más allá de lo racional.
Del
interés por esta nueva forma de acceder a nuestro ser surgieron muchos
de los movimientos más importantes de principios de siglo; los surrealistas
comenzaron a sumergirse en sus sueños o a consumir estupefacientes en busca de
nuevas formas de entender la realidad, ya no únicamente con un valor
objetivo sino como un algo a explorar en la individualidad de la propia mente
mediante mecanismos automáticos. Artistas como Leonora Carrington, Paul Delvaux, Kay Sage, Dorothea Tanning o Yves Tanguy (además de por supuesto Dalí,
Magritte o Masson) experimentaron con imágenes de conceptos y
representaciones de lo imaginario de modos que tan sólo 50 años antes habrían
resultado prácticamente pecaminosos.
Las enfermedades mentales
adquirieron una visibilidad clave en el panorama de la época con la aceptación
de esta nueva ventana a la mente por parte de la academia y paulatinamente
comenzaron a popularizarse obras pintadas por esquizofrénicos. En muchas
ocasiones estos dibujos formaban parte de una terapia o simplemente eran usados
por los pacientes para aliviar sus tensiones o frustraciones. Se representaban
generalmente mediante un lleno absoluto del espacio en figuras repetitivas y
caóticas, juegos imposibles de perspectivas y geometrías angustiosas o mediante
la transformación de realidades hasta casi el delirio. Corrientes como el Art-Brut (arte
marginal) tratan de esclarecer la influencia de ciertas patologías en
el arte, pues a pesar de que cada autor es un mundo encerrado en sí
mismo, muchas de las composiciones comparten rasgos comunes. De pronto, el
estigma de la esquizofrenia estaba al alcance de todas las miradas explicado en
intrínsecos laberintos o figuras minúsculas tratadas con extrema delicadeza que
de pronto se daban al caos o se ordenaban casi obsesivamente.
Artistas como Madge Gill o Adolf Wölfli exploraron estos tipos de abstracción en imágenes dominadas por ojos abiertos, rostros desesperados, pasillos, espirales y en general un delirio de psicodelia barroca que llenaría todo el espacio. Otros, como Martín Ramírez, se decantaron por la limpieza aséptica de la línea recta, creando escurridizos laberintos y caminos plagados de trampas visuales y de perspectiva. Por su parte, Eugene Gabritschevsky plasmó su enfermedad con figuras más saturadas, distorsionadas e inquietantes de la representación de lo cotidiano, tema que también tratarían Kurulek y Van Genk, representando su temor a los espacios abiertos, las situaciones más comunes y el ser humano en una figuración más evidente del mundo real y cómo este se torna a los ojos de la distorsión.
Destacan por su técnica inusual y su complejidad literaria los dibujos de Henry Darger. Su obra "La
historia de las Vivians, en lo que se conoce como Los Reinos de lo Irreal,
sobre la Guerra Tormenta-Glandeco-Angeliniana causada por la Rebelión de los
Niños Esclavos", encontrada tras su muerte y con una extensión de más
de 15.000 páginas de texto e ilustraciones, es uno de los mayores exponentes
del arte marginal. La estética naïf con colores claros y
representaciones infantiles se quiebra constantemente con una guerra de extrema
violencia y visceralidad generando un delirante y bellísimo universo propio.
Es a través de autores como Louis Wain, quien pintó cuadros de gatos durante toda su vida y por lo tanto durante la evolución de su esquizofrenia, como nos es posible acercarnos a una comprensión más profunda del creciente efecto que esta disociación de la realidad tiene sobre la percepción de las imágenes más comunes. Todas estas representaciones de una consciencia interna y automática supusieron la inspiración para multitud de movimientos y artistas posteriores e impulsó aún más el interés por el autoconocimiento, la función terapéutica del arte y las representaciones del inconsciente mediante la experimentación con drogas, la meditación u otros métodos que nos ayudan a la comprensión de todo aquello que se encuentra dentro de nosotros y puede ser tan aterrador como fascinante. Supone además parte del fin de la dictadura de lo bello, proponiendo nuevas estéticas hasta entonces censuradas e impulsando la evasión progresiva de la realidad hacia nuevas maneras de percepción plenamente subjetivas.
Actualmente, tanto la esquizofrenia
como el carácter más introspectivo o de interés por la individualidad se pueden
ver reflejados en gran multitud de artistas que transgreden las corrientes
colectivas en un intento de experimentar consigo mismos y con el arte. Este es
el caso de David Nebreda, cuyas fotografías plasman desde su reclusión cómo se puede manifestar la
enfermedad en el s. XXI a través de la belleza de lo casi escatológico o la mundialmente conocida Yayoi Kusama, que mediante su obra
pretende trasladar al plano de la realidad las líneas y puntos que protagonizan
su percepción.
Instituciones como INTUIT (Center for Intuitive and Outsider Art) en Chicago, el Gugging Museum de Austria o el Museo Ovartaci en Dinamarca colaboran a día de hoy con la difusión del Art Brut, la independencia estética y autodidcta y la función terapéutica del arte dando visibilidad a gran cantidad de artistas que se definen a sí mismos a través de sus trabajos. Gracias a estas instituciones salen a la luz propuestas como los collages de Baukje Zijlstra y Lee Godie en fotografía, los grabados religiosos de Jette Hansen o las figuras deconstruidas que plasmó Kurt Severin Andersen además de trabajos perfectamente atribuibles a las vanguardias. Así artistas como Henning Simonsen, Sami Hotti o Marie Heiberg construyen sus propios expresionismos y surrealismos a partir de sus terapias.
El arte de lo más íntimo y
en general todas las vías de acción automática desde el subconsciente nos
permiten el acceso a un mundo que hasta hace poco nos era completamente extraño
a pesar de encontrarse precisamente en nuestro interior. La normatividad cae
bajo su propio peso en favor de proyectos cada vez más individualistas y
conceptuales en los que lo que se nos revela no es una estética concreta o una
finalidad artística sino la misma necesidad de creación buscando comprender el
microcosmos que supone cada mente humana.