Las dos realidades de Salvador Dalí
El renombre no siempre conlleva la
comprensión. La comprensión de uno mismo, del entorno y la búsqueda de la ajena
hacia el ego son algunos de los factores que más marcaron, tangencial y
directamente, la vida y obra de Salvador Dalí, quien encarna tantos aspectos de
su época y su acervo que su interminable enumeración nos obliga a relevar
muchos de ellos a un segundo plano. Al igual que la realidad “no puede
reducirse a un solo uso temporal”, éste legado no puede estar sujeto a una
única interpretación o una sola historia. Dalí no era los sueños, no era la
ciencia, la religión, el fantasma de su hermano, la asfixia de su padre, el
rechazo de Bretón, Gala, la paranoia crítica, El Ángelus o la academia. No era
y sin embargo fue todas ellas en una amalgama de irrealidad doctrinal que hace
de sus cuadros acertijos llenos de interpretaciones y sobretodo de belleza.
'El gran masturbador' (1929)./ lav.rtve
El documental “Dimensión Dalí”
(Joan Úbeda, 2004) se centra en una de las facetas más curiosas y estudiadas
por el pintor: su interés por la ciencia como método para la comprensión del
mundo y la aplicación de ésta al arte mediante la figuración onírica de los
preceptos empíricos del saber del s. XX. Observamos cómo en una primera época
su interés se centró en las nuevas teorías psicoanalíticas de Sigmund Freud y
en las innovaciones del mundo científico como la teoría de la relatividad que
reflejará con gran maestría en “La persistencia de la memoria” (1931), por
poner el ejemplo más fácilmente apreciable y reconocido, una de las muchas
expresiones de su análisis exhaustivo de la realidad de la que intenta escapar
pero de la que siempre quedan vestigios insalvables, representados en las
figuras sólidas del racionalismo –en este ejemplo concreto las ramas- sobre las
que se apoyan figuras lánguidas, derretidas, que a pesar de la abstracción
onírica de la mente siempre se encuadran en una estructura rígida,
característica de la realidad que inevitablemente limita la ensoñación.
Las frustraciones sexuales serán
también fuente imprescindible de inspiración para el artista, en “El gran
masturbador” y “El enigma del deseo” (1929) observamos claramente la asfixia que
infringen en el autor el deseo carnal y la figura paterna. En ambos podemos ver
una figura amarillenta que dibuja un perfil a imagen y semejanza del cabo de
Creus, forma con la que Salvador Dalí se representaba a menudo a sí mismo. En
la primera, la encontramos dando la espalda a la imagen de una mujer en pleno
acto sexual sólo interrumpido por unos calzoncillos como la imposibilidad de
culminación y la interrupción del deseo. En el segundo, siendo aplastado por
una estructura monumental (también muy recurrentes en su obra) sobre la que se
cierne una cabeza de león, que para Dalí era la representación artística de su
padre, condicionante de toda su vida. Ambos se posicionan sin mucha dificultad
como claros ejemplos figurativos de las teorías freudianas de comienzos de
siglo.
'La última cena' (1955)./ lav.rtve
La ciencia marcará su
modo de pintura, además de su obsesión por la perfección y la necesidad de
encuadrar el pensamiento surrealista dentro del estilo academicista aprendido
de grandes nombres como Velázquez. La aplicará también a sus estudios
filosófico-científicos, en los que planteará una nueva manera de entender la
pintura y la realidad con pinceladas paranoide-racionalistas basadas en la duda
metodológica de la que Dalí siempre será partidario.
A partir de los años 40, debido a
la situación internacional, el artista comenzó a fijar su punto de mira en
otros temas como la religión, la guerra y el misticismo, planteados siempre
desde la contradicción racionalismo-surrealismo que generaba en su interior debates
tales como el de la existencia de Dios, basándose en las pruebas empíricas que
le mostraban las matemáticas; un Dios al que él veía como un constructo
metafísico a camino entre el arte y la ciencia y cuya esencia perfecta buscaba
representar en sus estudios de la proporción aurea –“La última cena” (1955)-, anhelando
siempre la figuración de las imágenes que se dibujaban en su cabeza y perseguido
por la frustración de no ser capaz de plasmar con tal complejidad sus ideas en el
lienzo –“Corpus Hypercubus” (1954)-.
Un hombre con mentalidad de Dios
atrapado en un cuerpo que le impedía la abstracción absoluta de la realidad que
tanto le angustiaba y le maravillaba, que luchó toda su vida por la
representación de los dos mundos del saber entre los que se debatía
incansablemente y que no dejó de intentar comprender hasta el final de sus
días.