En defensa del buen cine español
No seré yo quien
niegue que en España se han hecho películas mediocres, absurdas, aburridas e
incluso vergonzosas, pero cuando se habla en términos de cine es necesario
intentar profundizar más allá del tópico generalizado. Es muy fácil criticar
“el cine español” en abstracto, sobre todo cuando esta crítica se basa en el
visionado de con suerte 15 películas entre las que probablemente se encuentren Torrente,
tres de Belén Rueda, Ágora gracias a un profesor de
historia con pocas ganas de hablar y quizás alguna sobre la Guerra
Civil.
Diamond
Flash, Carlos Vermut
(2011)./ vimeo.
A pesar de los casi
cuarenta años de dictadura franquista que nos dejaron obras tan anecdóticas
como la delirante Raza (J. L. Sáenz de Heredia, 1942), la filmografía de nuestro
país cuenta con aportaciones muy interesantes desde sus inicios. Con el empuje
del movimiento surrealista y el auge de las vanguardias de principios del siglo
pasado se crearon obras tan emblemáticas como Un perro andaluz (Luis
Buñuel y Salvador Dalí, 1929) o La edad de oro (L. Buñuel, 1930)
embajadoras de la experimentación cinematográfica. Durante la guerra y los
primeros años de la dictadura la producción disminuyó y prácticamente se redujo
a las necesidades propagandísticas del régimen o películas para la reafirmación
de la cultura española (Serenata Española, de Juan de
Orduña, 1947, sobre la vida de Isaac Albéniz), pero con la progresiva apertura
de la dictadura fueron posibles, a partir de los años 60, películas como El espíritu de la colmena (Victor
Erice, 1973) o El verdugo (Luis García Berlanga, 1964), una recreación
irónica de las contradicciones del régimen y un grito contra la pena de muerte.
Desde la transición
democrática diversas críticas se ciernen sobre el panorama español: la excesiva
explotación de la Guerra Civil, el poco presupuesto, las subvenciones mal
empleadas, el cine social “aburrido” y la comedia mediocre que para muchos
representan la calidad de nuestro cine en una visión muy simplificada de la
realidad. Partiendo de lo absurdo de asociar la historia fílmica de un país a
tres décadas de la misma, hacerlo basándose en 20-30 títulos es el equivalente
a juzgar el cine estadounidense de los últimos años sólo a partir de las
producciones de Universal Studios (American Pie, Endless love, Mamma
mia).
A partir de 1975
comienza a desarrollarse un discurso social con el auge del cine quinqui, en un
retrato de la convulsa España de la época y los excesos a los que se sometían
los jóvenes de la nueva democracia, retratados en películas como Perros
Callejeros (Jose Antonio de la Loma, 1977) o El Pico (Eloy de la
Iglesia, 1983). Además, Luis Buñuel continuaría su producción tras su etapa en
el exilio mexicano con películas franco-españolas como El discreto encanto de la
burguesía (1972) y surgirán trabajos ligados a la Movida Madrileña, en
la que Pedro Almodóvar se posicionará como el director más destacado (Mujeres
al borde de un ataque de nervios, 1988).
Es cierto que hay
películas españolas sobre la República y la Guerra Civil, muchas (y algunas muy
mediocres), pero cualquier país ha representado siempre sus acontecimientos
históricos mediante el arte, y sólo por escenas como la discusión democrática
de Tierra
y libertad (co-producción inglesa, Ken Loach, 1995) o ver a una
jovencísima Penélope Cruz en la Belle Époque pre-republicana de
Fernando Trueba (1992) es un género que merece la pena considerar. Por otra
parte, la tradición nacional critica también los recurrentes y ‘tediosos’ temas
sociales o filosóficos, pero parece olvidarse de que el cine social generalmente
no es fácil de ver si lo que se busca es el entretenimiento, independientemente
de su país de origen, y nosotros podemos defendernos con obras como El
Barrio de Fernando León de Aranoa (1998).
Los 2000 se
consolidaron para el cine español como la década más criticada debido a su
marcada tendencia política y baja calidad, motivada por unas subvenciones muy
mal repartidas, pero lo cierto es que esta época también ha dado buenas
películas, como la crítica española a la drogadicción de los tardíos 90 en Báilame
el agua (Josech San Mateo, 2000), además de consolidar a dos de
nuestros directores más internacionales: Julio Medem (Los amantes del círculo polar,
1998; Caótica Ana, 2007) y Alejandro Amenábar, aunque sólo podamos
considerar dentro del ‘cine español’ sus dos primeras películas: Tesis
(1997) y Abre los ojos (2003). En contraposición al humor vulgar de Fuga
de cerebros (2007) o El Penalti (2005) también se pueden
encontrar comedias españolas bien llevadas como Los Cronocrímenes de
Nacho Vigalondo (2007) y a pesar de la co-producción podemos atribuirnos
parcialmente Alatriste (Agustín Díaz Llanes, 2006) si buscamos una sombra de
Cyrano de Beryerac.
Actualmente tenemos
acceso a uno de los mejores periodos del cine español para quienes miran más
allá de Tres metros sobre el cielo (2010) u Ocho apellidos vascos
(2014). Dentro del cine comercial podemos encontrar muy buenas propuestas de la
talla de Caníbal (Manuel Martín Cuenca, 2012), Stockholm (Rodrigo
Sorogoyen, 2013), Blancanieves (Pablo Berger, 2012) o la galardonada Loreak
(Jon Garaño, José María Goenaga,
2014), pero sólo hace falta bucear un poco más en internet para apreciar cómo
está creciendo nuestro cine independiente y cuánta gente está creando y
haciendo cosas innovadoras y muy necesarias para la evolución de un cine de
calidad no sólo argumental si no también estética. Carlos Vermut ya está
logrando reconocimiento dentro del panorama tanto nacional como internacional
con Magical
Girl (2014), que a pesar de haber pasado de puntillas por los premios
Goya aporta frescura, estética y fondo, y no defrauda tras las altísimas
expectativas creadas por su antecesora: Diamond Flash (2011), grabada
íntegramente con una cámara réflex.
Esto demuestra que a día de hoy no es necesario un gran
presupuesto para rodar una buena película. A nivel mundial el cine
independiente y de bajo presupuesto cada día cobra más fuerza, con la
posibilidad de acceder a buenos contenidos con la mejor calidad de imagen a
través de un ordenador. Así, grandes ideas han podido ser llevadas a cabo con
recursos económicos ridículos, como ocurre en Ayer no termina nunca
(Isabel Coixet, 2013), A escondidas (Mikel Rueda, 2014), la
oda al cine indie americano Los exiliados románticos (Jonás
Trueba, 2015) o el extrañísimo #Littlesecretfilm Manic Pixie Dream Girl
(Pablo Maqueda), entre muchísimas otras propuestas para todas filias.
El cine español no es mal cine per sé, pues a pesar de lo que
digan las malas lenguas no puede consolidarse como un género en sí mismo. En
Corea hacen más que animación (Right now, Wrong then, Hong San-Soo),
el cine francés no se limita a Godard (Le fils d’autre, Lorraine Levy) y
Estados Unidos trasciende a Marvel (Gummo, Harmony Korine), así que
dejemos de extender prejuicios y veamos películas.
BÁRBARA ARANGO SERRANO