El ciclo que no somos capaces de cerrar: la barbarie de la síntesis y la peligrosidad de la especialización del conocimiento



No es noticia para nadie vinculado al mundo de la comunicación la deriva generalizada que se ha instaurado durante estos últimos –en términos históricos- tiempos. Es posible adquirir una visión general de la división de las ciencias, y posteriormente de sus aplicaciones comunicativas, basándonos en teorías cíclicas similares a los ciclos económicos propuestos por Paul A. Samuelson o N. Kondrátiev, observando cómo la especialización y la síntesis de los conceptos han regulado su difusión entre estos dos movimientos contrarios a lo largo de la historia del conocimiento.

Estos saberes han sido divididos, desde el comienzo de su estudio de sí mismos, entre vulgares y científicos, partiendo del conocimiento “vulgar” total de la cosmovisión de la vida en las primeras sociedades (Paleolítico, Neolítico y Edad de los Metales) posibilitado por la general transmisión rápida y de sencilla aplicación para la vida cotidiana pero evolucionados hacia la tan humana contraposición de unos y otros, y éstos en otros muchos con valencias muy dispares de condicionamiento social y no esencial.

No obstante, este paradigma se ha visto evidentemente condicionado en los últimos años, pues debido a la actual y vertiginosa evolución del medios comunicacionales no hay lugar a la delimitación entre unos conocimientos y los “opuestos”, con el acceso potencial a la mayoría de ellos por muchos (y paulatinamente todos) de nosotros, como dilucida J. L. Cebrián cuando escribe: “se ha abierto un modo entre ciencia y técnica por un lado y humanismo por otro. Es hora de unir, no de dividir. […] Se requiere, pues, la unión entre lo técnico y la sociedad.” Ya Platón excluía con la idea de la paideia conocimientos utilitaristas, en una síntesis que se proclamaría plena en la reunificación aristotélica de todas las ciencias bajo la filosofía, que a posteriori experimentaría la consecuente especialización con las divisiones trívium-quadrivium que marcarían el curso del conocimiento hasta casi el Renacimiento o incluso según estudiosos hasta la Edad Moderna.

Con el sistema enciclopédico de la Edad Moderna se comenzarán a considerar todas las disciplinas como especiales, democratizando los saberes científicos y el desarrollo técnico de manera alfabética y con la ordenación de Bacon de las ciencias sistemáticamente. Hay cuatro factores contextuales que impulsan este gran cambio durante su gestación y lo explican: la creación de los estados modernos de corte liberal-capitalista con una conciencia de clase hegemónica sobre otra y el aumento de la capacidad productiva sumados al imperialismo serán los principales antecedentes de la creciente actividad económica. Además, las innovaciones tecnológicas e históricas de la época supondrán la ampliación del conocimiento en sí mismo. Este crecimiento experimental científico y técnico sería el precedente de la I Revolución Industrial, configuradora de las ideologías posteriores y de la jerarquización de los conocimientos y su división designada en muchas ocasiones por factores de clase.

Desde la II Revolución Industrial, las ciencias han pasado de un desarrollo paralelo y conjunto mediante la exposición y contraste entre sus embajadores a un nuevo paradigma en el que la desestructuración marca el camino de un modelo que se mantiene a pesar de su evidente obsolescencia. La sociedad actual requiere de una nueva síntesis, pero no basada en el elitismo de clase si no en la adaptación a los nuevos medios de comunicación y por tanto a la nueva sociedad de masas, sin olvidarnos en ningún momento, por supuesto, del rigor con el que debe tratarse cada ámbito. No obstante, para huir de las eternas clasificaciones dualistas, es importante tener en cuenta los límites de esta síntesis, consiguiendo un avance social positivo desde la colaboración y comprensión de los diferentes elementos sin renunciar al máximo avance de cada uno de ellos en sí mismo y con los demás. Citando a Durkheim, “debemos limitar nuestro horizonte, elegir una tarea definida y dedicarnos a ella por entero, en lugar de hacer de nuestro ser una especie de obra de arte terminada y completa que obtiene su valor de sí mismo y no de los servicios que presta” pero sin olvidar que en el estudio de multitud de ámbitos son necesarios conocimientos de otros muchos. No es necesario buscar de nuestro ser una obra de arte terminada y completa en la dispersión, pero no conviene olvidar que para el estudio precisamente de cualquier obra de arte pueden ser necesarios conocimientos de historia, física, psicología y muchas otras ramas del conocimiento, pues “la especialización fecunda es la que integra el máximo volumen de conocimientos de una idea ordenadora” (L. Borobio).

La información requiere de la transmisión de un conocimiento, sea éste denominado “científico” o “vulgar”. Al igual que ocurre con la información cultural, mancillada por unas divisiones terminológicas similares y también ya arcaicas, estos conceptos deben tender hacia la integración de las ciencias en la búsqueda de una Teoría General de Sistemas exacta en todos los campos para elaborar unos principios unificadores en virtud de la integración para la instrucción. Esta teoría serviría al propósito de plantear un lenguaje común para todos los conocimientos, abriendo el camino de la sintetización para la estructuración única de la pluralidad informativa, pero siempre sin dejar de lado la necesidad de avance y la imposibilidad de recorrer el mismo camino con todos los saberes. Una estructura unificadora, sí, pero que no tenga repercusión en la homogeneización de conceptos totalmente ajenos entre sí y permita el libre desarrollo de cada ámbito sin temor a la posibilidad de crear un dogma común que destruya la singularidad necesaria.

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