Jeanne Tripier, la médium que convirtió su delirio en Art-Brut


En 1937, Jeanne Tripier (1869 – 1944), médium, megalómana y una de las exponentes más relevantes del Art Brut, imaginaba desde el psiquiátrico poder mostrar su obra durante la Exposición de París en los bajos del Trocadero. A día de hoy, son los bajos del edificio de La Casa Encendida los que acogen Creación y delirio, una muestra que se aproxima a su universo a través de gran parte de sus creaciones. Ingresada a los 65 años en el psiquiátrico Maison Blanche tras haber sido desahuciada, Jeanne Tripier dedicó los últimos años de su vida a plasmar sus percepciones a través de tejidos, escritos y dibujos en los que intentaba atrapar las voces y alucinaciones de su mente y sus múltiples identidades. Lise Maurer, autora de varias monografías referidas al Art Brut –Emile Hodinos Josome No 18 (1994), Laure Pigeon, la femme plume, No 25 (2016) y Remémoirer de Jeanne Tripier (1999)– visitó la exposición junto a la comisaria Aurora Herrera para profundizar en la trayectoria vital y artística de Tripier y las implicaciones terapéuticas de su obra.


este artículo fue publicado en el blog de La Casa Encendida, la primera parte puede leerse AQUÍ

Art Brut es un término acuñado por Jean Dubuffet en 1945 para referirse al arte creado fuera del academicismo y la cultura oficial, aquel que reflejaba lo que él consideró una “creatividad pura” a través de los trabajos creativos de personas al margen de los círculos artísticos convencionales como neurodivergentes, reclusos o autodidactas. “Hizo una gira por hospitales psiquiátricos y conoció al médico de Jeanne, que le cedió gran parte de su obra”, explica Lise Maurer, “los nazis hablaban del «arte degenerado» como todo aquel que contradecía las líneas clásicas de la creación. Incluso se tomaron explicaciones biologicistas procedentes de la Edad Media según las cuales observar determinados tipos de obras podría causar malformaciones en los fetos o peores consecuencias. El Art Brut llegó como una respuesta a este arte degenerado y constituye un desplazamiento de mirada histórico justo después de la II Guerra Mundial.” Dubuffet recolectó y expuso por todo el mundo las obras de los artistas que había descubierto, dándole un lugar al arte marginal dentro del mundo del arte y reuniendo posteriormente muchos de los trabajos en la Collection de l’art brut de Lausanne, que a día de hoy se puede visitar.
La particularidad del universo de Jeanne Tripier y su posición dentro del Art Brut –un término que con el paso del tiempo y la democratización de la creación artística cada vez resulta más ambiguo pero con el que, según Aurora Herrera, podemos definir esa época en la que Dubuffet cuestionó el academicismo en el arte– se basa sobre todo en su trabajo como escritora y la relación de los escritos con su obra pictórica y textil. Según indica Maurer, los primeros nueve meses en el psiquiátrico fueron increíblemente duros para ella. La reclusión empeoró su estado mental, agravando las crisis psicóticas-melomaníacas y las alucinaciones visuales y sonoras.
Poco a poco se adaptó a la nueva situación, retomando la necesidad de expresarse mediante la escritura en un intento de reorganizar las voces de su interior y de los astros; “con la escritura trata de ceñir y contener las voces, pero al mismo tiempo se ve desbordada. Habla reiteradamente del martirio, del agotamiento y de estar fuera de control”. Sorprende, sin embargo, la pulcritud de su línea en una pequeña caligrafía donde no hay lugar para tachones o errores. Escribía cerca de diez páginas diarias plasmando las voces, como en un ejercicio de escritura automática. En numerosas ocasiones se refiere a “la voz gutural”, aquella que corresponde al dictador universal, un concepto que tomará gran relevancia para ella a la hora de entender desde su propia subjetividad los conceptos sociopolíticos de “dictador”, “dictado” o “dictadura” a través de las voces y que aparece reflejado ya desde sus primeros escritos en 1935: “escuchaste el sonido de su voz gutural, desde ese día ya no podías separarte de él”.

Los “clichés” -“aglomerados” cuando son completamente densos- son sus dibujos en forma de manchas, espacios en los que intentaba contener las voces que ocupaban su mente. Utilizaba las manchas “para clavarle el hilo a la memoria, para olvidar y reflejar”, manchas para expresarlo todo, pues dentro de ellas creía que podía contener las realidades y estímulos que se solapaban en su mente.
En plena ebullición de su creatividad comienza a escribir cartas dirigidas a multitud de personalidades como el fiscal general o el frente popular, donde manifestaba su opinión sobre alguna causa, denunciaba abusos en la institución -se estima que en Francia murieron de hambre más de 40.000 internos psiquiátricos durante la guerra- o trataba temas de actualidad. Finalmente no las enviaba, sino que las entregaba a su médico, el Dr. Beaudouin, que pudo apreciar como estos segundos clichés cada vez encerraban más texto y comentarios, muchas veces también en el exterior de los sobres. Sus obras introducen signos que intentan contener o visualizar conceptos, “crea flores de tinta y palabras que escupen polen en forma de coma”.
Su relación con Beaudouin se tornó amorosa para ella en lo que desde el psicoanálisis se puede clasificar como “fenómeno de la transferencia” y a partir de ese momento comienza el “tiempo de las confesiones”, como refiere Maurer. Poco a poco profundiza más en determinados temas y significados recurrentes para ella como la reencarnación de Juana de Arco en su cuerpo para salvar el mundo, los “espejos flotantes” donde ve imágenes que son ella misma y que trata desesperadamente de reunir o las asociaciones de palabras en grupos de tres.
En algún momento tuvo a su alcance los tejidos que usó para los primeros “filograbados sobrenaturales”, en los que cada obra es una nueva parte arquitectónica del mundo propio que está reconstruyendo tras la guerra. En ellos “los personajes se mezclan con los pliegues, se hacen pequeños y luego se pierden en el firmamento”. Expertos han podido comprobar a posteriori cómo algunas de las formas y manchas pintadas en papel, durante la creación de los trabajos textiles, representaban precisamente la imagen en negativo de las formas que tejía.  


     
A pesar de la profundidad de la obra de Tripier y de otros muchos artistas visibilizados por el trabajo de Dubuffet, desde el génesis del concepto de Art Brut han existido críticas al propio término y a la definición de estas creaciones como arte. En contraposición con el paradigma artístico precedente, el Art Brut pretende exponer directamente la representación subjetiva del universo de sus creadores. Estos no suelen buscar la innovación artística o la conversión metafórica de un concepto, sino la pura expresión del yo a través de diversas técnicas, bien como parte de una terapia o mediante una expresividad casi automática, como posteriormente popularizarían las vanguardias.
Algunos autores como Allan Bouillet han tratado de deconstruir la relación entre el Art Brut y su valor artístico, fijando premisas como la necesidad de un "otro" en el proceso creativo o la intencionalidad de estar creando arte. En sus propias palabras: "el trabajo artístico supone una relación con el otro, pero no existe ese otro en el Art Brut, el encuentro con ese otro que es el espectador no es un objetivo, por lo que todo lo que nos queda al observar la obra es una proyección de nuestra propia fantasía". Sin embargo, en la propia obra de Tripier vemos cómo, aunque algunas creaciones podrían estar destinadas a su Doctor, al personal psiquiátrico o al frente popular, queda claro que no hay en su obra una intención explícita constante de expresarse hacia los otros, sino hacia sí misma. Su obra es su traducción de estímulos que la amenazan desde el exterior y que convierte en bordados y formas de tinta y como ocurre en gran cantidad de artistas de todas las épocas, es a sí misma a quien busca comprender en su proceso creativo y con quien desea comunicarse.
Otros expertos también han sugerido que en el Art Brut el artista no está necesariamente transformando una realidad mediante una metáfora –presuponiendo esto como una cualidad necesaria del arte–, sino que “lo que vemos es una transmisión de impresiones no filtradas por constructos lingüísticos; trabajos que pueden parecernos originales artísticamente, pero que no son resultado de una creatividad artística genuina", es decir, se cuestiona el valor de la obra por no convertir mediante el lenguaje artístico y la técnica la realidad observada en una metáfora de sí misma.



No obstante, como explica Lise Maurer en una de sus monografías, pueden existir diferentes tipos de resignificación durante el delirio psicótico.  En él pueden distinguirse varias fases, entre las que se encuentra la denominada "fase fructífera del delirio: aquella en la que los objetos transformados por la extrañeza se revelan como choques, enigmas o significados. En esta reproducción, el conformismo asumido superficialmente por medio del cual el sujeto escondía el narcisismo de su relación con la realidad, colapsa”. Por supuesto, la resignificación de la realidad es un valor añadido y no indispensable en el arte, pero aun así vemos que, en artistas que experimentan ciertas neurodivergencias, el proceso de conversión es variable en función de su estado. El valor no sólo no desaparece sino que se multiplica en variedad de manifestaciones durante las diferentes fases del delirio o incluso de la enfermedad a lo largo de su vida.
En los escritos de Jeanne Tripier podemos observar cómo algunas palabras intentan encerrar estímulos mentales, resignificándolos. Su uso de términos, relacionados con las manchas que encierran las voces que escucha, supone una resignificiación en sí misma. Grupos de palabras con significados asociados subjetivos como dictador, dictadura, dictado; deslizamiento, desplazamiento o condensación son algunos de los términos que une fonéticamente a significados subjetivos para después sintetizarlos mediante el lenguaje artístico. Juegos de palabras como la creación de equivalencias entre le roi des astres (el rey de los astros) y le roi desastre (el rey desastre) también son comunes en sus escritos, como su especial uso de la metáfora y el simbolismo.


Metáforas escritas a partir de metáforas visuales creadas para comprender la metáfora inicial, la metáfora “dictada”. Ella misma explicó cómo sentía la fusión entre la escritura y la pintura: “el momento del recuerdo es aquel en el que los juegos de la memoria se imponen, donde la escritura toma parte de la cadena significante, inasumible por el sujeto (yo) y subjetivamente asignada al otro (a las estrellas), donde la escritura y la lectura tienden a fusionarse. Relación de intimidad con el lenguaje; habla y está escrito, está escrito y habla, se sigue escribiendo.”
Hasta su muerte en La Maison Blanche, Jeanne Tripier se mantuvo siempre atenta a la actualidad de su tiempo y los eventos del exterior resonaban en sus delirios para protagonizar muchos otros de sus escritos, igualmente fascinantes en forma pero con un contenido mucho más cercano al mundo tangible. Llegó a frecuentar diferentes asociaciones y se interesaba por el panorama cultural de la época, escribiendo en varias ocasiones sobre la primera película surrealista (El caracol y el clérigo, de la directora francesa Germaine Dulac), el caso Stravinsky o los acontecimientos bélicos y los campos de concentración. Encontró dentro de sí la locura, pero a través de su arte también halló consuelo en el delirio.

Entradas populares