La discursividad textual en el arte contemporáneo y la figura del comisario como sujeto artístico
Imagen propia — discurso ajeno. Bárbara Arango Serrano
Más allá de la mímesis: la creación de la diégesis en el arte contemporáneo
La representación de narrativas externas a las explícitas en la obra artística no es en absoluto
exclusiva de la modernidad. Los elementos simbólicos han recorrido a modo de metáforas
visuales, armónicas y semánticas las creaciones desde la antigüedad, no obstante, el discurso
de las obras ha trascendido poco a poco el denotado en el propio objeto para materializarse en
discursos textuales y formatos que añaden una nueva dimensión, artística en sí misma.
Hasta la crisis de fin de siglo la discursividad de la obra podía ser entendida a partir de sus
elementos que, si bien podían requerir de un análisis especializado simbólico, compositivo,
formal, armónico o estructural, estaba presente en el propio objeto artístico. Por poner un par
de ejemplos, los atributos de las esculturas griegas estaban asociados a su tradición icónica y
requieren de un conocimiento de la misma para ser identificados, la narratividad de la Capilla
Sixtina está marcada por la lectura y comprensión de sus elementos desde la tradición bíblica
y los elementos metafóricos del romanticismo suponen una cosmovisión particular del arte y
el símbolo, pero la comprensión de estas obras se establece a partir de los propios objetos.
Sin embargo, desde de las vanguardias la nueva diégesis funciona al contrario: “las imágenes
mismas son las que desarrollan sus potencialidades implícitas [...] En la organización de este
material visual y conceptual interviene una intención en la tarea de ordenar y dar sentido al
desarrollo de la historia” (Calvino, 1994, p. 104). Esta necesidad conceptual, respuesta al
declive de lo canónico y la búsqueda de una nueva ruta para la creación, cristalizará primero
en las vanguardias, donde la narratividad desprendida de los objetos aún trata de
colectivizarse en manifiestos. Éstos otorgan coherencia teórica-artística a obras cada vez más
espontáneas y conceptuales, en las que aquello a lo que refiere la obra no tiene por qué
aparecer explícita o simbólicamente en la misma pero sí adscribe a una idea común.
La vanguardia consolida el objeto artístico y el gesto del artista como Arte a grandes rasgos
desde dos movimientos: el dadaísmo, donde el artista es aquel que escoge un objeto y le
otorga un significado por el sólo hecho de ser seleccionado y el surrealismo, en el que el
objeto surge de la subjetividad individual y se hace comprensible para el público a través de
su explicación. Ambos son procesos conceptuales, en los que la contemplación estética va
irrevocablemente unida al discurso que se genera a partir de ella. La adhesión a un
pensamiento colectivo deja de ser útil a medida que la creación se vuelve más individual en
su referencialidad y conceptualización, generando obras cuyos discursos no pueden ser
comprendidos más que mediante una explicación explícita del artista exponiendo su proceso
y obra pero que, como se expondrá a continuación, puede ser transmutable a partir de la labor
curatorial.
Invasión y polifonía del espacio artístico
En el arte contemporáneo el espacio ha pasado a tomar un papel protagonista. La
comprensión del gesto como arte hace mutar el espacio creativo desde la aparición de
prácticas como la instalación y la performance expandiéndolo, desdibujándolo o incluyéndolo
(incluso a los interpretantes) en el proceso interpretativo en favor de la experimentación. De
este modo, las obras pasan de ser objetos artísticos a consolidarse como realidades y
experiencias artísticas en sí mismas, mientras que el gesto del artista no es ya un gesto
creador sino conceptualizador que dimensiona, significa o limita la interpretación de los
hechos u objetos. Es aquí donde se presenta la pregunta del arte contemporáneo sobre cuál es
la dimensión artística del objeto o experiencia y quién ejerce el gesto del artista cuando la
representación material requiere de una explicación conceptual para ser comprendida. Si el
arte contemporáneo es inherentemente conceptual, ¿lo artístico es la obra o la explicación? O,
en palabras de los investigadores Ventzislavov y Spaid: ¿es el valor cognitivo un valor
artístico?
Para responder a esta pregunta es imprescindible situar el modelo intertextual y referencial
posmodernos como factores clave del arte contemporáneo. Si a principios del siglo XX se
consolidaron el c ollage y el objet-trouvé , la posmodernidad lleva a sus últimas consecuencias
esa interacción del artista con su entorno material y conceptual desde la subjetividad. Si “todo acto de reproducción artística es otra cosa” (Conde, 2020) y “crear es colocar un objeto en un
nuevo escenario, considerarlo un personaje en una narrativa” (Ventzislavov, 2014, p. 8),
quien establece una conceptualización discursiva de varias obras artísticas en base a una
premisa propia está creando valor cognitivo a partir de la narrativa, por supuesto, pero
también valor artístico en la conjugación del mismo a partir del gesto y la creación de la
experiencia artística.
La labor comisarial como Arte
El comisario crea valor artístico en la selección y configuración de elementos ajenos, pero
también —y sobre todo— en la articulación de una narrativa en torno a ellos. Como asegura
Ventzislavov, “con el advenimiento del arte conceptual, la línea entre la creación de
significado y la creación de valor ha sido borrada”, siendo la única diferencia los materiales
con los que trabaja el artista tradicional y aquellos con los que lo hace el comisario (2014, p.
1-2), ¿pero acaso alguien duda de la autoría de un collage cuando los materiales utilizados
han sido extraídos de otros objetos? Si el valor de la obra se crea en el discurso inherente a la
misma en conjunto y no desde la autoría de sus partes, todo trabajo curatorial supone un gesto
artístico per sé a modo de instalación colectiva, antología, concierto o experiencia
multidisciplinar.
Puede ser interesante —para no reducir el discurso a las artes visuales— poner un ejemplo
literario. Catalizador de los albores de este artículo, esta articulación de obras fue construida
sin ninguna pretensión de ser entendida ni como labor curatorial ni como arte, pero por eso
mismo resulta de interés para el análisis:
En 1958 Hettie Cohen y LeRoi Jones editaron el primer número de la revista Yugen, un
espacio destinado a publicar algunos poetas de la época. El primer autor que aparece es Philip
Whalen, y de él se presentan un poema completo y dos extractos de otros dos poemas
seleccionados para el formato y la ocasión de entre los manuscritos enviados por el autor. El
poema y los dos fragmentos aparecen seguidos como si de una misma obra se tratara, aunque
identificando su procedencia con los títulos de los mismos. Por supuesto, la calidad de las tres
obras por separado es innegable y constituyen indudablemente tres objetos artísticos
diferentes, pero al juntarlos en ese y no otro orden y con esos límites ocurre algo nuevo: la significación cambia, la relación entre conceptos es diferente y se construye una nueva
narrativa, es decir, se crea una nueva conceptualización poética que, sin cambiar ni una de las
palabras escritas por Whalen, no es enteramente suya y no existiría sin la intervención de
Cohen y Jones.
En este ejemplo el valor es plenamente transformador y no explicativo, la función comisarial
que de él se puede extraer no es cognitiva, sino que parte del acto de crear un nuevo
significado mediante la modificación del objeto y el espacio partiendo de la consciencia de
que los lugares, límites, presencias y ausencias son creadoras de nuevas implicaciones a la
hora de la recepción e interpretación, pero se puede ir mucho más allá. La labor comisarial tal
y como la conocemos busca crear valor cognitivo de manera explícita, no sólo mediante ese
tipo de transformación material y espacial, sino también a través de la creación de narrativas
concretas que aportan un marco teórico, crítico, filosófico y estético: artístico, tanto para las
exposiciones individuales como colectivas. No es extraño encontrar exposiciones en las que
el catálogo curatorial se considera una parte más de la misma; en estos casos la labor
comisarial avanza por dos caminos: el del espacio (la organización de los objetos en él y los
elementos a parte que lo configuran –luz, textos de la exposición, recorrido, etc—) y el del
pensamiento (su conceptualización en base a las intenciones no de los artistas, sino del
comisario), por lo que cabe la pregunta de si realmente existe alguna diferencia entre esa
aproximación y la de los propios artistas.
Siguiendo el ejemplo propuesto por Ventzislavov en su artículo: “si un comisario coloca un
trabajo de fontanería en un museo el fontanero no se convertiría en artista pero, ¿y el
comisario?” (2014, p. 6). Es curioso cómo no se plantea la validez del artista contemporáneo
al colocar objetos o utilizar cualquier recurso material previamente fabricado por otras
personas o máquinas en un contexto artístico pero sin embargo se cuestiona la figura del
comisario a la hora de hacer exactamente lo mismo con elementos que ya han sido
conceptualizados como Arte. Si la pluralidad de voces se asume en la posmodernidad no sólo
como un hecho sino también como un valor propio de la obra, no parece haber razón teórica
que impida incluir a la persona que orquesta esa pluralidad dotándola de un espacio, dándole
forma y estructurándola bajo un nuevo discurso dentro de la consideración de artista.
BIBLIOGRAFÍA:
CALVINO, I. (1994). Seis propuestas para el próximo milenio. Madrid: Siruela
WHALEN, P. (1958). Further Notice; Takeout 4: II: 58, Takeout 15, IV, 57. Yugen , pp. 2-5. Retrieved from:
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SPAID, S. (2016) Revisiting Ventzislavov’s Thesis: “Curating Should Be Understood as a Fine Art” . The
Journal of Aesthetics and Art Criticism, 74:1 Winter 2016. The American Society for Aesthetics. Retrieved
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VENTZISLAVOV, R. (2014) Idle Arts: Reconsidering the Curator. The Journal of Aesthetics and Art Criticism
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https://onlinelibrary-wiley-com.bucm.idm.oclc.org/doi/full/10.1111/jaac.12058?sid=worldcat.org
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